domingo, 9 de octubre de 2016

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario - "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! "

Diez leprosos, nueve de ellos judíos y uno samaritano, estaban reunidos a la entrada de un pueblo por ser excluidos de la vida social y familiar. Podían soñar con la muerte como una liberación o un milagro, porque medicinas no había...Entre ellos había convivencia y solidaridad para sobrellevar la situación. El sufrimiento los había unido, pero la curación los separó.


Jesús, en su camino a Jerusalén, pasaba por ese lugar, y ellos le pidieron a gritos: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. El Señor les respondió que fueran a presentarse a los sacerdotes, los únicos que podían constatar la curación y reincorporarlos a la vida social. En el trayecto, se curarán. Podemos imaginar los gritos de alegría y hasta las lágrimas de felicidad al verse sanos, con la piel rejuvenecida y sin llagas.

Los nueve judíos desaparecieron tragados por el milagro de volver a casa, a los abrazos familiares, y estar libres para circular... Querían presentarse cuanto antes a los sacerdotes. Conocían la ley mejor que el pagano. Corrieron detrás del propio interés. El samaritano, en cambio, escuchó su corazón que le pedía ser agradecido y se reencontró con Jesús, porque se dio cuenta de que la salud no venía de la ley ni de los sacerdotes, sino de Jesús.

Para el Señor cuenta el corazón que no conoce fronteras religiosas, políticas ni de clases sociales. Delante de Dios todos los corazones son transparentes y muestran todo el bien y todo el mal que anidan en ellos. Cuando el samaritano se postró ante Jesús, se cumplió otro milagro: la salvación. Queda claro que diez fueron curados, pero uno solo fue salvado.

El sufrimiento hace que invoquemos a Dios porque tenemos hambre de salud, amor, serenidad y ante esas situaciones nos sentimos impotentes. Es por eso que la fe nace del cariño de confiar solo en él.

P. Aderico Dolzani,SSP


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