sábado, 16 de diciembre de 2017

Tercer Domingo de Adviento: “Yo bautizo con agua, pero, en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”.

Juan se presenta como el testigo de la luz. En algunos ambientes de Palestina, Juan Bautista era considerado como el verdadero Mesías. Así lo entendieron algunas corrientes espirituales del siglo I, que negaban el mesianismo de Jesús. El testimonio de Juan acerca de Jesús suscitaba adhesión y anhelos de conocer a Dios. Jesús es la luz que resplandece para todo el género humano, pero para muchos esa luz, por momentos, se esconde y les cuesta verla. Él no se impone, no usa la violencia ni fuerza a nadie. Él es la luz que respeta la libre decisión del hombre y no deja estéril la opción por su persona.

Juan, fiel a su misión de precursor, es el profeta que sensibiliza con su palabra y alecciona con sus actos, no para adquirir honores, sino para denunciar lo que está errado y proclamar lo que permanece oculto: Jesús. Hoy vemos que parte de la humanidad se siente perdida y parece que no encuentra un sentido, y la figura de Jesús, cada vez le apasiona menos. Como consecuencia, le parece más fácil consultar a los gurúes de turno, porque se presentan más actuales y postulan un modo de vivir sin muchas exigencias, donde todo está permitido y se rechazan las exigencias de la Buena Noticia: vivir en paz, ser solidarios y mantener la unión con Dios. Queremos caminar bajo la luz, pero siempre y cuando no tengamos que pagar un precio por ello. Hoy vivimos la esperanza de ser discípulos de Cristo luz, pero esto entra en contraste con personas, aparentemente creyentes, que siguen ideologías idolátricas, apoyándose en el dinero, en el prestigio o en otras cosas. Seamos testigos de la luz
anticipando el reino de la paz, el amor y la justicia.


P. Fredy Peña Tobar, ssP

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